martes, 22 de noviembre de 2016

Fluir con nuestro cuerpo


¿En cuántas ocasiones hemos evitado la respuesta natural del cuerpo?
Nuestro cuerpo reacciona con impulsos naturales a determinadas necesidades internas, como toser, estornudar, llorar o dormir. Sin embargo, no siempre permitimos que se produzca. En ocasiones porque no tenemos tiempo, porque no es el momento, o por razones sociales. En definitiva, evitamos de forma casi inconsciente escuchar los impulsos del cuerpo.
¿Sabemos lo que eso significa?
La Medicina Tradicional Tibetana considera que hay 13 impulsos naturales del cuerpo para los hombres y 12 para las mujeres, a los que debemos escuchar y responder de forma fluida. En caso contrario, producen en el cuerpo reacciones adversas que pueden dar lugar a desórdenes y, en todo caso, a bloqueos de la energía viento y, con ello, al funcionamiento general del sistema.
1.Suprimir la sensación de hambre
La supresión habitual de esta sensación por medio de hacer ayuno o evitar comer cuando se tiene hambre, puede dar lugar a malestar general, mareos, demacración y anorexia.
2.Suprimir la sensación de sed
Evitar beber cuando se tiene sed, o posponer el momento, puede conllevar sequedad en la boca, mareo, desmayos y problemas de corazón.
3. Suprimir el vómito
Cuando contenemos el vómito se puede producir náusea, disnea, anemia, picores, urticaria, problemas de piel y ojos, tos y fiebre.
4. Suprimir los estornudos
Contener los estornudos provoca fundamentalmente problemas de atención, claridad en la percepción, dolores de cabeza, tortícolis y parálisis facial.
5. Suprimir los bostezos
La supresión de los bostezos da lugar a los mismos problemas que la contención de los estornudos, es decir, problemas de atención, claridad en la percepción, dolores de cabeza, tortícolis y parálisis facial.
6. Suprimir la inspiración profunda
La necesidad de tomar aire intensamente no debe suprimirse, su contención puede acarrear desmayos y problemas de corazón.
7. Suprimir la sensación de sueño
El evitar dormir cuando se tiene sueño puede causar bostezos, pereza, dolor de cabeza y sensación de cabeza pesada, cansancio de ojos y problemas digestión.
8. Suprimir la tos
Cuando se fuerza no toser, se provoca en el cuerpo una necesidad aún mayor de generar más tos. Puede además provocar la aparición de disnea, hipo, demacración, problemas de corazón y anorexia.
9. Suprimir el llanto
La supresión de la necesidad de llanto puede inducir problemas de corazón, de cabeza, generar frío en el cuerpo, mareos y anorexia.
10. Suprimir la expulsión de aire
Cuando contenemos la expulsión de flatulencias se genera un movimiento interno que empuja el aire hacia arriba pudiendo dar lugar a problemas de colon, estreñimiento, problemas digestivos, problemas en la vista o de corazón.
11. Supresión de la necesidad de evacuar
Las heces deben eliminarse siempre que se sienta la necesidad, suprimir este impulso natural puede acarrear problemas de cabeza, dolor de piernas y acumulación de frío.
12. Supresión de la necesidad de orinar
Cuando se siente el impulso de orinar no debe contenerse. Su supresión puede dar lugar a generar piedras, dolores de vejiga y dolores en la región genital.
13. Supresión de la eyaculación seminal
La contención de la eyaculación puede provocar eyaculaciones excesivas de semen, dolores en el pene, retención de orina, cálculos renales e impotencia.
De la misma forma que suprimir estos impulsos implica la aparición de un problema de salud, forzar cualquiera de esas actividades de naturales conlleva, igualmente, el germen de un desequilibrio.

►En el día a día debemos ser capaces de fluir naturalmente con el cuerpo, y ser conscientes de sus necesidades.

https://escuelamedicinatibetana.wordpress.com/

lunes, 21 de noviembre de 2016

Los cambios ocurren cuando decidimos hacer lo que no solemos hacer



Es probable que en más de una ocasión te hayas propuesto cambiar. Cambiar tu estilo de vida, cambiar esos pensamientos que te hacen sentir mal, cambiar tu forma de relacionarte con la gente... Sin embargo, también es probable que después de un breve período "de prueba" hayas dado marcha atrás recuperando esos viejos hábitos, lo cual suele generar una gran frustración. ¿Qué ha sucedido?

En realidad, somos seres de hábitos. No es culpa nuestra, estamos programados así. Nuestro cerebro es un ahorrador de recursos nato, quiere hacer lo máximo posible con el menor esfuerzo. De hecho, ni siquiera se trata de algo negativo, los hábitos nos permiten ahorrar tiempo y energía, que podemos destinar a cosas más importantes. Sin embargo, el problema comienza cuando nos convertimos en víctimas de esos hábitos y formas de pensar, cuando no le dejamos espacio al cambio. Entonces funcionamos en piloto automático y comenzamos a morir lentamente.

¿Cómo funcionan nuestras dos mentes?


No tenemos uno, sino dos cerebros que trabajan de manera concertada a través de un cableado neuronal ascendente y descendente. Existe un cerebro subcortical, que es más primitivo y que usa la vía ascendente para comunicarse con el neocórtex, que forma el estrato más elevado del cerebro y está vinculado a la toma de decisiones conscientes, el pensamiento y el autocontrol emocional. Ese cerebro usa la vía descendente para comunicarse con la zona subcortical.

Por eso, es como si existiesen dos mentes funcionando al unísono. La mente subcortical siempre está en funcionamiento, es más rápida, involuntaria y automática. Está motivada por impulsos y emociones, encargándose de nuestras rutinas habituales y de guiar nuestras acciones cuando debemos tomar una decisión en cuestión de milisegundos.

El neocórtex es más lento ya que funciona de manera voluntaria. Su tarea es la de movilizar las rutinas, acallar los impulsos emocionales, aprender nuevos modelos, esbozar planes y tomar decisiones en las que hemos sopesado, más o menos, los pros y los contras de las diferentes alternativas.

Lo interesante es que cada vez que tenemos que aprender algo nuevo, el neocórtex se activa. Sin embargo, a medida que vamos dominando la técnica, por una mera cuestión de economía energética, la balanza comienza a inclinarse hacia la parte descendente. Así, cuanto más ejercitamos cierta rutina, más se desconectará el neocórtex y más se activará la zona subcortical.

El cerebro funciona de esta manera para ahorrar energía. Con esa distribución de las tareas el cerebro intenta obtener, con el mínimo esfuerzo, el máximo resultado. Por supuesto, no es algo negativo, al contrario, de esta forma el resto de nuestros recursos cognitivos se liberan. 

De hecho, el sistema automático funciona la mayor parte del tiempo bastante bien, pero también tiene ciertas “debilidades”. Nuestras emociones y motivaciones provocan sesgos y desajustes de los que no solemos darnos cuenta. Por tanto, si de vez en cuando no activamos el neocórtex, corremos el riesgo de quedarnos estancados en esa zona de confort que ha creado nuestro cerebro. 

Apostar por el cambio puede dar miedo pero es imprescindible


El cambio implica novedad, y todos los estímulos novedosos pasan primero por el tamiz de la zona subcortical. Sin embargo, cuando nuestra mente ha estado funcionando durante demasiado tiempo a base de hábitos, ese cambio genera una respuesta de alarma. La amígdala considera que es un peligro que desestabilizará el equilibrio alcanzado, por lo que enciende un bombillo rojo.

Si no somos capaces de superar esa fase, nos quedaremos paralizados, superados por el miedo. Nos quedaremos limitados a nuestra zona de confort, donde podremos sentirnos muy cómodos pero, tarde o temprano, cuando el mundo cambie, nos daremos cuenta de que somos incapaces de adaptarnos y de modificar nuestros hábitos. En ese preciso instante nuestra zona de confort se convertirá en la zona del disconfort.

Por eso, es importante no apoyarnos demasiado en nuestra zona subcortical y mantener activo nuestro neocórtex. Eso significa:

- Desarrollar la atención plena, ser más conscientes de lo que nos rodea, de nuestros hábitos y de nuestros pensamientos y emociones.

- Buscar la novedad y vivir nuevas experiencias, de manera que el cerebro subcortical no se asuste ante lo nuevo.

- Reflexionar sobre nuestros hábitos y creencias, preguntándonos si siguen siendo funcionales o si han perdido su razón de ser.

El secreto para cambiar es muy sencillo: tomar la decisión, con nuestro neocórtex, y luego implicar la zona subcortical de manera que su función se limite a mantenernos motivados. Hacerlo es más fácil cuando comprendes que esos miedos, inseguridades y resistencias en realidad provienen de la parte de tu cerebro que quiere mantenerte atado a los viejos hábitos.

Recuerda que solo cuando te atreves a hacer lo que no sueles hacer, logras resultados diferentes, a menudo extraordinarios.

Psicología/Jennifer Delgado

Fuente:
Goleman, D. (2013) Focus. Desarrollar la atención para alcanzar la excelencia. Barcelona: Editorial Kairós.

domingo, 20 de noviembre de 2016

El hábito que catapultará tu Inteligencia Emocional


La Inteligencia Emocional es importante, todos lo sabemos. Y todos queremos desarrollarla. Sabemos que si somos conscientes de nuestras emociones, que si comprendemos su causa y somos capaces de captar esas primeras y sutiles señales antes de perder el control, podremos gestionarlas mejor e incluso utilizarlas a nuestro favor.

Sin embargo, a menudo no sabemos por dónde comenzar o podemos sentirnos abrumados por todos los cambios que necesitamos hacer. Como resultado, simplemente no hacemos nada, nos quedamos estancados en nuestra zona de confort. Por eso, es importante atreverse a dar el primer paso, aunque sea pequeño. De hecho, ese primer paso no te llevará a donde quieras llegar, pero te permitirá salir de donde estás.

Las habilidades básicas de la Inteligencia Emocional


En primer lugar, es importante saber que la Inteligencia Emocional es un concepto complejo que implica diferentes competencias:

- Autoconciencia emocional. Comprender cómo nuestras emociones y sentimientos influyen en nuestros comportamientos, actitudes, expectativas y decisiones. 

- Autorregulación emocional. Reflexionar y gestionar nuestros sentimientos y emociones, para no actuar de manera irreflexiva e impulsiva. No significa obviar las emociones en la toma de decisión, sino darles su justo peso, ni más ni menos.

- Automotivación. Saber enfocar las emociones hacia nuestros objetivos, utilizándolas a nuestro favor para mantenernos motivados y sortear los obstáculos que encontraremos a lo largo del camino. Implica, de cierta forma, mantenerse positivos y desarrollar una actitud proactiva ante la vida.

- Empatía. No significa únicamente comprender los puntos de vista de los demás y sus decisiones sino también compartir sus emociones y ser capaces de captar los estados emocionales de los demás a partir de pequeñas señales extraverbales, de manera que podamos establecer un vínculo más estrecho.

Como podrás suponer, desarrollar la Inteligencia Emocional implica mucho trabajo. Sin embargo, existe un pequeño “atajo”, un buen punto de partida que te permitirá catapultar estas competencias. Se trata de un secreto muy sencillo: hacer una pausa.

Fácil en teoría, difícil en la práctica


Hacer una pausa, a veces de tan solo unos segundos, puede marcar una gran diferencia en nuestras reacciones. Se trata de un consejo muy sencillo, pero resulta muy difícil de ponerlo en práctica. De hecho, incluso a las personas que más han avanzado en el autocontrol emocional puede resultarles complicado inhibir sus respuestas cuando han tenido un mal día, no han descansado lo suficiente o simplemente les han tocado una fibra sensible.

No obstante, los beneficios de hacer una pausa antes de responder son enormes. De hecho, esas fracciones de segundos son más que suficientes para permitir que tu cerebro racional tome el mando, de manera que podrás pensar antes de reaccionar. Así evitarás que se produzca un secuestro emocional en toda regla, del que después podrías arrepentirte.

Lo más interesante es que hacer una pausa no solo es una buena estrategia para lidiar con las situaciones que te molestan, irritan o enfadan sino también ante aquellas que, aparentemente, parecen buenas oportunidades. De hecho, responder positivamente de forma apresurada, dejándote llevar por la alegría o el entusiasmo del momento, es uno de los peores errores que cometemos a menudo y en diferentes situaciones, desde “aprovechar” ese descuento en la tienda que parece tan bueno pero que después no lo es, hasta decir que sí a un proyecto del que no podemos encargarnos solo porque en ese momento nos sentimos halagados.

Hacer una pausa te permitirá reenfocar el asunto. Considera que la primera reacción emocional siempre estará centrada en nosotros, en lo que sentimos respecto a la situación en la que nos encontramos. De hecho, se trata de un mecanismo de análisis muy primitivo que tiene lugar en nuestro cerebro emocional, gracias al cual, evaluamos en cuestión de milisegundos cómo nos hace sentir determinada situación. Sin embargo, hacer una pausa nos permitirá pasar al siguiente nivel y dar una respuesta razonada, más centrada en los demás, mucho más neutral y, probablemente, más conciliadora.

Los 3 pasos imprescindibles para hacer una pausa


Cuando te enfrentes a cualquier tipo de situación, ya sea una de esas que te molestan o aquellas que te entusiasman, lo mejor es que hagas una pequeña pausa antes de responder o decidir.

1. Reconocer. El primer paso consiste en aprender a reconocer esas señales internas que indican que las emociones están tomando el control. Cada persona es diferente, por lo que debe aprender a distinguir esas pequeñas pistas que le brinda su cuerpo. Por ejemplo, hay quienes sienten la ira como una llama que sube por su pecho, mientras que la alegría es una sensación que les inunda.  

2. Detener. Resiste la tentación de actuar inmediatamente, de decir lo primero que te pasa por la mente. Sé consciente de ese impulso y toma la decisión de detenerlo. Desde el mismo momento en que decides detener ese impulso, le cedes el mando al cerebro racional.

3. Respirar. Para detener el impulso, te ayudará tomar un respiro profundo y largo. Toma el aire por la nariz, retenlo durante unos segundos, céntrate en el movimiento del pecho y el abdomen y después, suéltalo lo más lentamente que puedas por la boca.

En este punto, es probable que ya estés listo para responder. Si no es así, al menos estarás en condiciones de comprender que no es el mejor momento para actuar o tomar una decisión. En ese caso, da un paseo, establecer una distancia física y caminar para despejar la mente te permitirá reaccionar mejor.

Psicología/Jennifer Delgado

Fuente: 
Goleman, D. (1996) Inteligencia emocional. Madrid: Kairos.