jueves, 26 de noviembre de 2015

La gracia interior

Hoy está de moda hablar de muchas cosas, pero ¡del alma! Y sin embargo, hace meses, sin el menor pudor, titulé mi última novela La dicha del alma porque hay un estado muy especial de consciencia gozosa que los hindúes denominan Vilasa Vivarta. 


Mis buenos amigos Joaquín Tamames y Javier León han venido a visitarme a casa y a degustar conmigo una humeante y olorosa infusión. A medias con Joaquín Tamames he escrito dos libros (Dividendos para el alma y El cielo en la tierra), y a medias con Javier León, uno, de momento (Amor es relación). En el buen sentido de la expresión, puedo decir que me han tirado de la lengua. Hemos hablado nada más y nada menos que del alma.

En los tiempos que corren, donde abundan personas desalmadas, hablar del alma resulta casi chocante. Pero he aquí que nos hemos aventurado a abordar el tema del alma, aunque sin excedernos, como para no abrumar con demasiadas conjeturas a mi gato Emile. Más allá de si el alma es permanente o no, perecedera o imperecedera, temporal o transtemporal, o si es simplemente el hálito que anima (alma) a esta organización psicosomática, lo cierto es que en determinados momentos la experimento como una entidad no-egocéntrica que trata de abrirse paso y manifestarse entre la espesa niebla formada por la ignorancia básica de la mente.

Solo a veces ella consigue asomarse entre la maraña de actitudes egocéntricas, patrones, identificaciones, apegos y miedos, y entonces uno conecta, experimenta vivamente, una energía muy fina o sutil, una presencia, un eco de infinitud que parece estar inscrito en las células y más allá de ellas. Cuando se experimenta esta presencia, se tiene un destello o vislumbre de la certeza de ser, pero tan fascinados e identificados estamos con todo lo exterior y con nuestro flujo mental, que todo ello nos aleja de nuestra esencia y el alma vuelve a esconderse, como el sol se oculta tras los nubarrones. Por ver la ostra, no presentimos la perla que tras ella se oculta. El alma, o como a ésta la podamos llamar ( la esencia, lo real, la base, lo vacuo, el núcleo del núcleo, el castillo interior), es el maestro interior y no hay que ir a buscarlo a ninguna otra parte. Es la gracia que mora en uno mismo y que se manifiesta como un impulso sagrado que nos induce a buscar en el universo suprasensible. Nadie nos la puede dar. Si viniera de fuera, volvería a irse.

El toque de la Shakti

Me confieso incrédulo, descreído, iconoclasta y, por supuesto, alérgico a los líderes espirituales o a las instituciones religiosas dogmáticas o a las organizaciones “espirituales” con su inevitable tufillo sectario. Como prevenía Krishnamurti, todo lo que se institucionaliza asesina la enseñanza genuina y todo poder se torna putrescible. Me gusta la actitud de Tomás el incrédulo, que necesitaba meter los dedos en la llaga para creer, porque eso es experimentar y lo que transforma no es la creencia, sino la experiencia directa. La creencia divide; la experiencia une. La creencia se puede convertir en un modo de violencia y fanatismo; la experiencia nos permite emerger de nuestros estrechos puntos de vista.

Cuando mi alma (permítaseme este ambiguo término, siempre puesto bajo sospecha) llama a la puerta para hacerse escuchar, trato de estar en disponibilidad para abrírsela. Brinda la presencia de una muy fina o sutil energía más allá del ego, que de repente nos colma de plenitud y cosmicidad. Los hindúes le llaman “el toque de la Shakti”. Vislumbramos por instantes una realidad que se nos escapa, pero que se traduce como un impulso para que no dejemos de buscarla. ¿No será, como dicen los grandes místicos, que la buscamos porque ella ya viene buscándonos? ¿O no será que si la buscamos es porque de algún modo ya la hemos hallado?

Emile guarda un hermético silencio. Quizá porque sabe, como diría Ramana Mahrshi, que “el silencio es siempre elocuente; es el mejor idioma”.

Ramiro Calle

martes, 24 de noviembre de 2015

Tratamiento de amor



En lo profundo de mi ser hay una fuente infinita de amor. Ahora permito que este amor aflore a la superficie. 
Este amor llena mi corazón, mi mente, mi conciencia, mi ser, e irradia en todas las direcciones y retorna a mí multiplicado. 

Cuanto más amor utilizo y doy, más tengo para dar; la provisión es infinita. 
El empleo del amor me hace sentir bien, es una expresión de mi alegría interior.

Me amo, por lo tanto, cuido mi cuerpo amorosamente. 
Con amor lo sustento con alimentos y bebidas que lo nutren; con amor lo arreglo y lo visto y, 
mi cuerpo responde con amor, con salud y energía vibrantes.

Me amo, por lo tanto me procuro un hogar acogedor, un hogar placentero que llena todas mis necesidades. 
Lleno todas las habitaciones con las vibraciones del amor, para que todo el que entre, yo incluida, se inunde de amor y se nutra con él.

Me amo, por lo tanto realizo un trabajo que disfruto, un trabajo que utiliza todos mis dones y capacidades; trabajo con y para personas 
que amo y que me aman y, tengo buenos ingresos.

Me amo, por lo tanto pienso con amor y me comporto con amor con todas las personas, porque sé que lo que doy vuelve a mí multiplicado. 
Sólo atraigo a personas amables a mi mundo, porque ellas son un reflejo de lo que soy.

Me amo, por lo tanto perdono y libero el pasado y las experiencias pasadas y, soy libre.

Me amo, por lo tanto vivo totalmente en el presente, experimento cada momento como algo bueno y, sé que mi futuro es brillante, 
dichoso y seguro, porque soy una criatura amada del Universo y el Universo cuida de mí con amor, ahora y siempre.

Me amo.

Louise L. Hay

lunes, 23 de noviembre de 2015

La ciencia de la relajación

Todos los métodos de relajación están inspirados en la relajación del yoga, que cuenta con miles de años de antigüedad. Es una extraordinaria medicina y sin contraindicaciones. Sus efectos psicosomáticos son excepcionales y es de ayuda para todo el mundo. 


El yoga es el precursor de la ciencia psicosomática y la primera disciplina integral de la salud en el mundo, y los yoguis fueron los primeros en concebir, ensayar y experimentar la relajación no solo como fuente de energía y vitalidad, sino también como procedimiento útil para el control psicosomático y la reintegración emocional.

Asimismo, descubrieron que es muy beneficiosa para el cuerpo, la mente y las energías, y la convirtieron en un procedimiento fiable para acumular fuerza vital, e incluso la utilizaron para complementar otras técnicas de yoga.

Se ha constatado que los estiramientos y masajes que promueve el yoga facilitaban una relajación más profunda, lo que indujo al doctor Behanama a declarar: «Como sistema de prácticas para inducir a un alto nivel de relajación, el yoga es insuperable». Las posturas, al trabajar con estiramientos mantenidos y masajes, van, por un lado, tensando para relajar y, por otro, presionando puntos vitales y desbloqueándolos. Los antiguos yoguis denominaron savasana a la postura de relajación, es decir, postura del cadáver, para apuntar así que el cuerpo, durante la práctica, tiene que estar tan inmóvil como el de un muerto.

La relajación de yoga se puede aplicar de manera independiente o después de haber efectuado las posiciones de estiramiento y masaje, las asanas. Si se recurre al segundo esquema de trabajo, podemos denominarlo relajación activa-pasiva, pues primero se acude a las posiciones de yoga, que eliminan crispaciones, tensiones, contracturas, y estiran para relajar. Pero si se realiza sin asociarla a las posturas corporales, la podríamos calificar de relajación pasiva y consciente, porque exige máxima inmovilidad y máxima atención vigilante.

Es la atención vigilante y consciente la que va sintiendo las diferentes partes del cuerpo, para después soltar los músculos. Sentir y soltar, sentir y soltar: ese es el secreto. Mediante este fácil procedimiento se obtiene una relajación profunda y saludable, además de beneficio físico, energético y psicomental. Sentir y soltar. Es necesario mantener la mente atenta, el cuerpo pasivo y la concentración activa a lo largo de la práctica. 

El método

–Escoja una habitación tranquila, en semipenumbra, eligiendo una superficie que no sea ni muy blanda ni excesivamente dura: una manta doblada sobre el suelo, una alfombra…
–Tiéndase de espaldas colocando la cabeza en el punto de mayor comodidad. Separe ligeramente las piernas y deposite los brazos sobre el suelo a ambos lados del cuerpo, con las palmas de las manos ladeadas o hacia arriba, como mejor se encuentre.
–Cierre los ojos, pero evite cualquier crispación en los párpados.
-Regule la respiración, preferiblemente por la nariz, haciéndola un poco más lenta y pausada. Si de manera natural se torna abdominal o diafragmática, mejor.
–Ahora comience a revisar su cuerpo, sin prisa, desde los pies a la cabeza, para sentir las diferentes zonas y aflojarlas. Sentir y aflojar. Sentir y aflojar.
–Dirija la atención mental a los pies y a las piernas. Nótelos. Concéntrese bien en esa zona del cuerpo. Deben irse relajando más y más, más y más.
–Conduzca ahora la atención al estómago y el pecho. Concéntrese en todos sus músculos; se aflojan, relajando. Siéntalos más y más sueltos. La mente siempre muy atenta. Con la concentración en el estómago y el pecho, suelte más y más todos estos músculos.
–Desplace la mente a la espalda, los brazos y los hombros. Deben ir aflojándose tanto como sea posible. Suelte los músculos más y más. Siéntalos flojos, relajados, más y más relajados.
–Fije la mente en el cuello, en todos sus músculos. Siéntalos más y más relajados, más y más relajados.
–Ahora tiene que revisar las partes de la cara. Suelte la mandíbula, relájela. Afloje tanto como pueda los labios, las mejillas y los párpados. Sienta el entrecejo y la frente. Los músculos se relajan, se aflojan.
–Sienta todo su cuerpo flojo y relajado, flojo y relajado. Si tiene tensión en alguna zona, dirija la mente hacia ella, concéntrese bien en la misma y afloje, afloje, afloje…
–Conéctese mentalmente con la respiración. Es como una apacible ola que viene y se va, lenta, pausada, reparadora; lenta, pausada, reparadora. Concéntrese en esa ola apacible. Viene y se va, viene y se va. Cada vez que expulsa el aire, se relaja más y más, más y más. El cuerpo se relaja profundamente, cada vez más profundamente. La respiración es una ola de sosiego y paz, sosiego y paz.
–Note cómo todo el cuerpo es invadido por una placentera sensación de relajación, bienestar y descanso.
–Manténgase así de diez a quince minutos. Disfrute de la relajación del cuerpo y del sosiego de la mente.

Antes de salir del estado de relajación…
Respire una decena de veces muy profundamente. Tome y suelte tanto aire como pueda.
Mueva lentamente los pies y las manos. Después las piernas, los brazos, la cabeza y el resto del cuerpo.
Incorpórese suavemente.

Ramiro Calle