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martes, 1 de mayo de 2018

A veces, cuando se agotan las oportunidades, aparece la mejor opción posible


Dicen que hay trenes que pasan una vez en la vida, pero… ¿Cómo aprovecharlos si nos incitan a bajarnos en cada parada que tenemos a la vista? Muchas personas se esmeran en adquirir una formación sólida, incluso buscan y encuentran un buen trabajo relacionado con aquello que les gusta, sin embargo su atención se centra en aquello que les falta, sintiendo una insatisfacción perpetua, enraizada en la idea de que podían tener algo mejor.
Se encuentran en el eterno dilema de elegir luchando por vivir la vida que desean, pero se olvidan de que las personas raramente encuentran un medio idóneo para llevarlo a cabo. Es el eterno lamento de “esto no es para mí”, “no era esto lo que soñé”. Empiezan la jornada aligerando los pies, pero con una inmensa losa de frustración mental.
El filósofo José Ortega y Gasset nos advertía en su libro “La rebelión de las masas” de la catástrofe de la especialización. Mujeres y hombres altamente cualificados en un dominio concreto, pero incapaces de adquirir una visión del mundo general que les ayude a desenvolverse en la realidad en la que se mueven, no en la que desearían.
Les pasa a estas personas y nos pasa a nosotros, ¿cuántas veces contar con una gran cantidad de oportunidades nos ha paralizado, sintiendo en la piel ese miedo que produce tener que renunciar necesariamente a algo bueno? Lo cierto es que a veces hay que situarse en un punto, agarrar con fuerza la única oportunidad presente y obviar las potenciales. En este mundo actual, a veces cuando se agotan las oportunidades surge la mejor opción: vivir la vida tal y como viene.

La diferencia entre aceptación y resignación

En la línea que estamos trazando, una pregunta aparece en el horizonte: ¿Cual es la diferencia entre aceptar y resignarse? En el fondo son términos tan incompatibles como el aceite y el agua, pero nos empeñamos en agitarlos y mezclarlos. La aceptación es el primer paso para el cambio. Tiene que ver con situar en el mapa el punto en el que nos encontramos, con independencia de si nos gusta o no.



La aceptación también es el primer paso para la adaptación en el caso de que no exista posibilidad de cambio. En este sentido tiene que ver con integrar en nuestra historia eso a lo que tanto nos resistimos. Por ejemplo, para alguien que ha sufrido un accidente y ha perdido una pierna, la aceptación supone un enorme paso hacia la re-adaptación y hacia los cambios que va a tener que realizar en su vida. También supone un paso enorme a la hora de integrar en su historia personal aquello que le ha ocurrido.
La resignación sin embargo tiene un componente de frustración y de inhabilitación, más allá de la aceptación. El componente de frustración es importante ya que suele degenerar en un inmovilismo o en la insistencia, mucho más esporádica que antes, en los intentos de utilizar los mismos medios y las mismas formas para lograr un fin.
En este sentido, a veces nos encontramos con mil oportunidades para salir de una mala situación, pero ninguna de las alternativas nos parece perfecta. En muchas ocasiones podemos intentar crearla, pero en otras muchas solo cuando llegamos al límite del sufrimiento aceptamos elegir entre las opciones posibles, aunque ninguna de ellas sea la ideal. Por supuesto, para la persona que ha perdido la pierna, su alternativa ideal sería recuperarla, pero desgraciadamente muchas veces la medicina no ofrece esta opción.
Cuando se agotan todas las oportunidades ideales, surge la mejor opción: un cambio de actitud que pasa por la revalorización de una opción, que sin duda, no es perfecta. Así, toda alternativa recupera su dignidad y nos dignifica si nos saca de una situación de dolor, rutina y resignación.
Si nos encontramos exhaustos y sin motivación diaria no hay caminos posibles. Cada paso se hace en el aquí y ahora, poco a poco y disfrutando de algún momento cada día. El esfuerzo suele tener recompensa; un “premio” que suele necesitar de un motivación para encontrar en lo cotidiano algún resquicio de lo que deseamos.
Quizás sin aspirar tan alto y acogiéndonos a un plan más honesto y sencillo, nos haga la travesía más amable. Quizá las condiciones que impone la realidad no complazcan del todo a lo que nuestra imaginación anticipó, pero eso no quita que nos haga sentir bien.

La lluvia de lo que no existe no debería empañar el momento

Conozco infinidad de personas que trabajan en algo que nunca habían pensado y son felices. Disfrutan de su situación, aceptan los cambios temporales y no hacen caso de comentarios abusivos acerca de su supuesto “fracaso”. Chanzas que muchas veces parten de personas sin la menor aspiración y con la única afición de juzgar lo que hacen los demás.
Estas personas que han hecho fruto dulce de la fruta que les ha tocado son personas que se encargan de ellas mismas, que toman las riendas de su vida sin pretender ir a galope, solo disfrutando de los pequeños placeres de la vida.

No es un autómata el que trabaja mucho, sino el que trabaja gastando demasiado energía en maldecir su situación.
 
 
La línea que separa la lucha por una vida digna y la crítica eterna de lo que se vive a veces es muy fina. Sin embargo, por fina no deja de ser importante: separa a las personas que se han cansado de desear para obtener AHORA un pequeño placer ocasional, ganado a pulso y sintiéndose activos. No existen los trabajos, viviendas o relaciones indignas de por sí. Existen actitudes y acciones que las convierten en eso. En el deseo del ideal, lo supuestamente convencional siempre colapsa en amargo cuando se trasforma en obsesión.
Por suerte, algunos han aprendido que la diferencia la marca tomar un poco de tiempo de cada día para tomar un café más despacio y con vistas a la eternidad que les aporta vivir en el presente, construyendo un futuro. Se quedaron sin las oportunidades ideales y solo les quedó elegir entre las opciones que quedaban. Sin embargo, frente a lo que deseaban y no existía, eligieron la actitud de vivir y no la de sobrevivir.

Por:  Cristina Roda Rivera, Psicóloga,Especialista Máster en Psicología clínica y social. Visto en: La Mente es Maravillosa
 
 

jueves, 5 de abril de 2018

Carencia afectiva, cuando nos faltan nutrientes emocionales


La carencia afectiva genera hambre emocional y deja marca en nuestro cerebro. La falta de un vínculo sólido y de un apego saludable imprime un sentimiento permanente de ausencia y de vacío. Además, impacta en la personalidad del niño y perfila en el adulto un miedo casi constante: el temor a que le fallen emocionalmente, la angustia a ser abandonado una y otra vez.
La mayoría de nosotros hemos leído y oído aquello de que el ser humano es, por encima de todo, una criatura social. Bien, desde un punto de vista psicológico, incluso biológico, es necesario ir mucho más allá: las personas somos emociones. Esas pulsiones, esas dinámicas internas orquestadas por complejos neurotransmisores, hormonas y diversas estructuras cerebrales conforman lo que somos y lo que necesitamos.
 ► El principio más profundo del carácter humano es el anhelo de ser apreciado.
                                                              William James
El afecto, así como los vínculos basados en un apego seguro y saludable imprimen en nuestra mente un equilibrio casi perfecto. Ahora bien, cualquier carencia, cualquier vacío o disonancia emocional despierta al instante nuestras alarmas instintivas. Lo sabe bien ese recién nacido que no recibe el calor de una piel que se acomode a la suya para conferirle seguridad y protección. Lo sabe el bebé que no es atendido cuando llora y lo sabe el niño que se siente solo frente a sus miedos, al que nadie acoge, atiende o escucha.
La carencia afectiva es una forma de involución y genera déficits si aparece sobre todo en edades tempranas. Asimismo, este vacío emocional también deja “lesiones” en la madurez, cuando construimos relaciones de pareja habitadas por la frialdad afectiva, la desatención o el desinterés.

Anatomía de la carencia afectiva

Con la caída del comunismo de Nicolae Ceausescu en Rumanía (1989), se tuvo la desafortunada oportunidad de comprender con mayor profundidad el impacto y la anatomía de la carencia afectiva en el ser humano. Lo averiguado en aquellos años fue tan decisivo como impactante. La situación de aquellos niños huérfanos era de extrema gravedad. Ahora bien, lo verdaderamente dramático no era la desnutrición o el abandono, era por encima de todo la desatención afectiva.
La escuela de Medicina de Harvard hizo un seguimiento permanente de la evolución de aquellos pequeños. Querían saber cómo maduraría y se desarrollaría un bebé o un niño que apenas había disfrutado del contacto con un adulto. Tenían ante ellos criaturas que habían dejado de llorar desde edades muy tempranas porque entendían que nadie iba a asistirlos. Aquellas miradas vacías y ausentes habían crecido en un entorno afectivamente estéril, y las consecuencias posteriores iban a ser inmensas.

  • Se pudo ver que los niños -que sufren de una carencia afectiva permanente a lo largo de los 3 primeros años de vida- sufren retraso en el crecimiento físico a pesar de recibir una nutrición adecuada.
  • El desarrollo del cerebro era lento. Algo que pudo verse es que la maduración neurológica se relaciona con el nivel de afecto que recibe el niño. Así, factores como los genes, el entorno, el acceso a un cuidador y un vínculo de apego seguro, además de la nutrición adecuada, la estimulación sensorial y los aportes lingüísticos son claves para un desarrollo cerebral óptimo.
  • Aparecieron además trastornos del lenguaje, problemas de elocución y vocabulario pobre.
  • Asimismo, también pudo verse que por término medio, aquellos niños no desarrollaron habilidades necesarias para construir relaciones saludables.Siempre mostraron una baja autoestima, falta de confianza, problemas de gestión emocional, hiperactividad, conductas desafiantes y agresividad.
  • Las investigaciones realizadas evidenciaron una vez más la importancia que tiene el apego en el desarrollo evolutivo de los niños. Disponer de una o varias figuras de referencia capaces de organizar nuestra experiencia emocional, de nutrirnos y satisfacer necesidades, genera en nuestra mente un refugio seguro, unos cimientos sólidos donde asentar nuestra personalidad.

    Hombres y mujeres de hojalata en busca de su corazón

    Todos recordamos al personaje del hombre de hojalata en el mago de Oz. Buscaba un corazón, buscaba esa fuerza interior que le permitiera recuperar la sensibilidad, la oportunidad de amar, de emocionarse por las cosas. Buscaba tal vez, eso que nunca había recibido. Buscaba poder conectar con su universo emocional… para volver a ser humano, para dejar a un lado esa piel de hojalata que hasta el momento, le había servido como barrera defensiva.
    De algún modo, también muchos de nosotros avanzamos por nuestros mundos de adulto envueltos en ese disfraz de hojalata intentando mostrar cierta independencia, reserva y hasta frialdad. Porque quien sufrió desnutrición afectiva se dice a menudo a sí mismo aquello de que es mejor desconfiar, que no hay que hacerse ilusiones. Devalúan las relaciones por temor a ser heridos de nuevo hasta que poco a poco, dejan de pedir soporte afectivo e incluso de ofrecerlo.

  • La carencia afectiva deja secuelas muy profundas. Es ese vacío al que un niño no sabe ponerle nombre, una herida psicológica que no puede traducirse en palabras, pero que queda impresa de por vida en la conciencia. Es también esa nostalgia devoradora de quien no recibe el refuerzo afectivo de la pareja y poco a poco se marchita hasta llegar una la conclusión: a menudo es preferible la soledad a ese vacío emocional.
    No descuidemos por tanto este nutriente vital. Pensemos que el afecto nunca sobra, que las caricias emocionales nos humanizan, nos hacen crecer, nos fortalecen. Seamos por tanto valientes suministradores de esta energía que crece cuando se comparte.
Psicología/Valeria Sabater
https://lamenteesmaravillosa.com

miércoles, 4 de abril de 2018

Higiene mental: 5 hábitos para una auténtica calidad de vida


¿Y si aprendemos a cuidar de nuestra mente igual que lo hacemos de nuestro cuerpo?La higiene mental se alza como una estrategia de vida con la cual estar en mayor armonía con nuestro entorno. Supone ejercitar el músculo de la autoestima, vencer la resistencia de la apatía, transitar en mayor equilibrio con nuestras emociones y aprender a poner adecuados filtros en nuestro entorno social.
Somos conscientes de que en la actualidad se está popularizando cada vez más esos enfoques orientados a “cuidar” de nuestra mente. Sin duda, hablamos de estrategias como el Mindfulness o incluso el Wellness. Cada uno, desde sus propios orígenes y disciplinas, tienen un mismo fin: conferir un mayor equilibrio entre la mente y el cuerpo para garantizar no solo nuestro bienestar, sino también una mayor sensación de control sobre la propia vida.
  ► Sin bienestar la vida no es vida; solo es un estado de languidez y sufrimiento.
                                                                Francois Rabelais

Bien, tanto si ya nos hemos iniciado en alguna de estas prácticas como si no, vale la pena tener en cuenta unos sencillos aspectos. El bienestar psicológico responde ante todo a una serie de hábitos y estrategias que cada individuo debe aprender a desarrollar en base a sus características. Algo así requiere ante todo voluntad, algo de creatividad y constancia.
Por ello, la higiene mental se convierte en una tarea muy particular donde cada uno debe aprender a ventilar, sanear y oxigenar sus propios escenarios mentales. A su vez, y no menos importante, tampoco debemos olvidar que formamos parte de un escenario físico y social y que también nuestros contextos afectan a nuestro equilibrio.
Por tanto, toda higiene mental requiere de un enfoque holístico, implica saber priorizar, enfocar, filtrar todo estímulo que nos llega para vivir con mayor armonía. Veamos por tanto una serie de estrategias.

1. Higiene mental: aprende a reconocer la chispa antes 

de que surja la llama

Gran parte de nuestra experiencia emocional parte de “chispas”, de pequeñas ráfagas de sensaciones negativas que colapsan en nuestro cerebro. Estas pequeñas descargas surgen por los desajustes con nuestro entorno. Un comentario que no nos agrada, pero que nos callamos; una propuesta con la que no estamos de acuerdo, pero que cumplimos; una situación que debemos resolver, pero que postergamos…
Pequeñas chispas acumuladas, una tras otra, acaban generando una llama. Nuestra mente se queda sin recursos y al final acabamos “quemados”, agotados en todos los sentidos. Así, una primera estrategia en la que deberíamos invertir tiempo y esfuerzo es en reconocer esos disparadores. Esos estímulos que nos incomodan y que hay que gestionar cuanto antes.
No dejes por tanto para mañana la preocupación que te molesta hoy.

2. Prioridades claras, mejores decisiones

Todo buen deportista conoce su cuerpo, sabe dónde están sus límites y entrena cada día para mantenerse y mejorar su rendimiento. Tal desempeño no surge al azar, sino que responde a una buena planificación donde prioridades y objetivos diarios están claros.
A la hora de cuidar de nuestro cerebro y de nuestra higiene mental, también sería bueno contar con nuestro propio plan, nuestras prioridades cotidianas. Nadie debería por tanto salir de casa sin haberse vestido con un propósito, calzado con unas metas, desayunado con una motivación Es así como transitamos por nuestros complejos caminos con mayor aplomo para decidir qué nos beneficia y qué nos perjudica, qué es aquello que deberíamos dejar a un lado con el fin de garantizar nuestro bienestar.

3. Relaciones basadas en la reciprocidad

Un pilar básico para cuidar y promover nuestra higiene mental es atender al equilibrio de nuestras relaciones. Todo vínculo no equilibrado supone un coste emocional alto. Implica invertir tiempo, ilusiones, esfuerzos y afectos en personas que no nos hacen llegar la misma energía, la misma reciprocidad.
Queda claro que no todas nuestras relaciones van a ser simétricas en lo que se refiere a dar y recibir. Un ejemplo muy marcado de ello lo vemos en la relación entre padres e hijos. Sin embargo, es necesario que nuestros vínculos más importantes (pareja, familia, amigos) se mantengan sobre un equilibrio, y en algunos casos sobre una simetría.

4. Aprender a tolerar la adversidad

Quien se resiste a la adversidad, al fracaso, a la pérdida o al error queda bloqueado en el desánimo, en la rabia, en el malestar. En cambio, la buena higiene mental requiere capacidad de crecimiento y expansión. Algo así solo ocurre cuando uno es capaz de vencer sus resistencias, aprendiendo a ser tolerante con la adversidad, con el lado complejo de la vida, con su vertiente más delicada.
Debemos asumir por tanto los claroscuros de nuestra realidad. Porque toda higiene parte de la capacidad de saber sanar. Y para curar hay que aceptar primero la existencia de una herida sin negarla, sin volverle el rostro o enfadarse cada día con ella.

5. Una mente en equilibrio, una mente centrada

Clifford Saron es un neurocientífico del centro Mente y Cerebro de la Universidad de California. Sus interesantes trabajos se centran en demostrar cómo el entrenamiento de nuestra atención revierte en nuestras emociones. Una mente centrada y en equilibrio se traduce en bienestar y en un cerebro más sano.
Tal y como él mismo nos explica, la mayoría de nosotros no somos conscientes de la gran plasticidad que tienen nuestros circuitos neurológicos. Si aprendemos a centrarnos cada día en el presente, en lo que acontece a nuestro alrededor (y no tanto en el pasado o en ese futuro que aún no existe) veremos mayores posibilidades, nos sentiremos más optimistas y con menor ansiedad.
Para entrenar nuestra atención nos puede ser de gran ayuda aprender a meditar, lo sabemos. Sin embargo, hay otro aspecto que no podemos dejar de lado. Una mente más centrada necesita a su vez un cuerpo más relajado. Por tanto, no descuidemos tampoco hechos tan básicos como favorecer un buen descanso nocturno, hacer alguna siesta de 15 o 20 minutos, caminar, hacer estiramientos para aliviar tensiones musculares, mantener una dieta balanceada…
En resumen, la higiene mental es una fabulosa estrategia de vida que se compone a su vez de diversas actividades. Son dinámicas y hábitos cotidianos enfocados a garantizar nuestro bienestar físico y psicológico. Apliquemos aquellos que más se ajusten a nuestras necesidades y empecemos hoy mismo a invertir en nosotros.

Psicología/Valeria Sabater
https://lamenteesmaravillosa.com

jueves, 22 de marzo de 2018

Analfabetismo emocional: cuando a nuestro cerebro le falta corazón

Son muchas las personas que sufren analfabetismo emocional. Son hábiles en el dominio de múltiples competencias, disponen de un sinfín de títulos y maestrías, pero hacen la misma gestión emocional que un niño de tres años. Ese aprendizaje no viene de fábrica y es lo queramos o no, una asignatura pendiente a la que deberíamos dedicar más recursos…
La mayoría de nosotros sabemos cuáles son los principios de una buena salud física, a saber: una alimentación equilibrada y lo más natural posible, algo de ejercicio, dormir cada noche entre 7 y 9 horas y realizarnos revisiones médicas periódicas para asegurarnos que todo va bien.

“Cuando escuchas con empatía a otra persona, le das a esa persona aire psicológico”.
-Stephen R. Covey-
 
Sin embargo, si hay algo que descuidamos casi de forma alarmante es eso que se contiene entre nuestros oídos: el cerebro. Ahora bien, no nos referimos a ese conjunto de células nerviosas, estructuras y circunvoluciones. Hay que centrar la atención en los indicadores de nuestra salud emocional, es decir, en esa capacidad para sentir la vida y nuestras relaciones, en el estado de esa facultad para entender, controlar y modificar estados anímicos propios y ajenos…
El ser humano es mucho más que una serie de competencias lingüísticas, matemáticas o tecnológicas. Somos, por encima de todo, seres sociales y emocionales, dimensiones estas que quedan a menudo descuidadas, y hasta infravaloradas en las instituciones educativas. Porque, admitámoslo, de poco nos va a servir saber resolver una ecuación de segundo grado si somos incapaces, por ejemplo, de comunicarnos con eficacia y de empatizar con aquellos que nos rodean.

 

¿Qué es el analfabetismo emocional?

Sabemos que el término “analfabetismo” tiene una connotación negativa. Sin embargo, no podemos llamar de otro modo a una realidad psicosocial más que evidente. Pongamos un ejemplo, en la actualidad se habla mucho de la figura de los líderes transformadores. De personas capaces de dinamizar una organización gracias a su buen manejo de la inteligencia emocional, de la motivación, de su don para producir impacto en los demás y crear entornos donde las personas pueden hacer uso de su creatividad.
En ocasiones se venden ideas que en la realidad, brillan por su ausencia. Así, es bastante común encontrarnos con directivos o líderes empresariales incapaces, no solo de infundir inspiración a los demás, sino con una nula capacidad para controlar sus emociones, su frustración, su enfado… Son como niños de 3 años enfadados por no obtener aquello que desean, situados por completo en ese pensamiento egocéntrico definido por Piaget en su momento.
Veamos no obstante, qué dimensiones caracterizan el analfabetismo emocional.
  • Incapacidad para entender y manejar las propias emociones.
  • Dificultad para comprender las de los demás.
  • Esa falta de autoconciencia emocional los sitúa a menudo en terrenos muy sensibles. Reaccionan de forma desmedida ante cualquier problema, se sienten agobiados y superados ante cualquier dificultad, sea pequeña o grande.
  • No empatizan, son incapaces de situarse en la mirada ajena, de comprender realidades diferentes a la suya.
  • Sus habilidades sociales son muy rígidas y aunque en ocasiones pueden desenvolverse, les falta sensibilidad, asertividad y esa cercanía auténtica con la que crear lazos significativos y no solo relaciones motivadas por el interés personal.
  • Por otro lado, los costes del analfabetismo emocional pueden ser enormes: pensamiento polarizado, represión, racismo o sexismo, narcisismo, necesidad obsesiva por tener la razón…
churchill deseando perder las formas junto a su perro negro
Asimismo, hay un dato no menos importante que conviene recordar. El analfabatismo emocional, es decir, esa falta de recursos psicológicos y mecanismos emocionales con los que manejar mejor dimensiones como la tristeza, la rabia, el miedo o la decepción, nos hace a su vez mucho más vulnerables a una serie de trastornos mentales.
Así, condiciones como la depresión o los estados de ansiedad crónica son muy comunes en perfiles con poca o nula habilidad para gestionar mejor esos estados internos.

La importancia de educar en Inteligencia Emocional

Sabemos que es ya como un eslogan: “hay que educar en Inteligencia Emocional”, debemos entrenarnos en estas habilidades, ser más aptos en materia de emociones. Lo hemos oído hasta la saciedad, hemos leído libros, hemos hecho cursos y decimos que sí con la cabeza cada vez que se nos recuerda la importancia de tener una mayor competencia en esta habilidad.
Sin embargo, las lagunas siguen existiendo. Así, y aunque en algunos currículums educativos de ciertas escuelas ya aparece este objetivo, no podemos pasar por alto algo igual o más importante. Antes de que maestros y profesores entrenen a los niños en el dominio de sus pensamientos y emociones, también ellos deberían ser entrenados previamente.



A menudo, nosotros mismos llegamos a nuestra etapa adulta con un mundo de inseguridades. También nosotros nos levantamos cada día conscientes de que nos faltan herramientas para dominar nuestras emociones, así como ciertas habilidades para encarar mejor la adversidad. De este modo, si no empezamos en primer lugar por nosotros mismos haciendo autoconciencia de nuestro analfabetismo emocional, difícilmente tendremos ese talento para motivar a los más pequeños, para entrenarlos en empatía, asertividad o en habilidades sociales…
Niño jugando con su hermana
Una buena “alfabetización emocional” nos dota de grandes beneficios. Así, algo que aprenderemos en primer lugar es que cada emoción tiene su espacio y su utilidad, que diferenciar entre emociones “negativas” y “positivas” no siempre es acertado, porque en realidad, esos estados que a menudo tanto evitamos sentir como es la tristeza o la decepción, tienen sus espacios de conocimiento, su utilidad y su valioso significado.
De las emociones por tanto no se huye, se encaran para saber qué quieren decirnos. Es un modo sensacional de autoconocimiento que nos dota de fortalezas, que ofrece a nuestra mirada un prisma más amplio… a la vez que flexible. Por tanto, no apartemos o despreciemos la necesidad de estar “al día” en materia de emociones. Atendamos a esos mundos interiores donde saber reconocer, expresar, gestionar y transformar esos sentimientos para que fluyan siempre a nuestro favor y no en nuestra contra…