domingo, 26 de febrero de 2017

La buena compasión


Mal aprendí de niño que la compasión significa sentir pena por la situación de otro ser sensible, sea humano o animal. Pero de adulto, resulta que no siento pena por nada ni nadie. No se me malinterprete, pues no es porque yo sea insensible y frío como el hielo, bien al contrario me tengo por una persona muy espiritual, sino porque creo en la capacidad de superación de todos los seres sean cuales sean sus circunstancias actuales, creo en su invulnerabilidad al nivel esencial y veo también las raíces del sufrimiento y su vacuidad o ilusión.

La verdad no es dolorosa, solo nos duelen nuestras interpretaciones de la verdad.

La buena compasión, la real, es otra cosa. 
No tiene que ver con la lástima o la pena sentida. La buena compasión no ve debilidad sino fortaleza, no ve desventaja sino potencial, no ve inferioridad sino igualdad. La buena compasión tiene que ver con ver la proximidad, la cercanía, la igualdad exacta y milimétrica del otro con uno mismo, la identificación exacta. Se basa en mirar la ignorancia causante del sufrimiento como un mal que se puede sanar. Y finalmente la compasión tiene que ver con dispensar la primera brizna de amor que acallará ese sufrimiento. O que, cuando menos, enseñará el modo de auto dispensarse amor para auto sanarse.

El sufrimiento es siempre innecesario y en última instancia una elección desacertada.
La compasión es una herramienta del budismo. Se entrega a los demás mediante la práctica del tonglen, dar y recibir. Y el bodichita que es aquel ser humano diestro en la compasión, que los hay aunque son anónimos. Ya vemos cómo una filosofía milenaria conoce a la perfección la práctica espiritual de la compasión y la incluye en las prácticas diarias de quienes siguen esa filosofía de vida. Nada nuevo pues bajo el Sol, pero sí extraño y raro en un mundo insensible como el nuestro de hoy, en Occidente.

Oriente mira adentro, Occidente afuera. ¿Adivinas dónde hay más patologías de angustia, depresión y neurosis?

Para practicar, elige al ser “menos merecedor” de compasión y percibe su ignorancia esencial, cómo sufre y por ello traslada ese dolor interno en los demás. Compadécete de su ignorancia, la misma que tú has sufrido antes, y aliéntale internamente -y en silencio- a revelar su sabiduría innata y a trascender sus miedos irreales. Una mirada, un silencio, una sonrisa o una palabra pueden bastar para que sane su dolor.

Estamos a un leve gesto de amor de la curación total de nuestros dramas.

Puedo practicar la compasión con cualquier persona que sufra por la causa que sea. Puedo hacer votos internos para erradicar del mundo el dolor interno. Puedo aprovechar cualquier encuentro para volverme más compasivo.

La buena compasión no puede entenderse hasta que no se ha experimentado.

Podría, por ejemplo, repetir como una afirmación positiva:
  • “Que yo y todos los seres se liberen del sufrimiento y de sus raíces”
  • “Que la felicidad y sus causas nos abrace a todos los humanos”
  • “Que yo y todos los demás no nos separemos de la gran felicidad vacía de sufrimiento”
O también podría entrenarme en el arte de la buena compasión con cualquier persona que se cruce en mi camino:
  • Despertando la compasión hacia mi mismo
  • Despertando la compasión hacia una persona
  • Despertando la compasión hacia una persona que me es indiferente
  • Despertando la compasión hacia una persona difícil o desagradable
  • Despertando la compasión hacia un enemigo o alguien que me lastimó
Definitivamente, la compasión no es lástima, ni un deber religioso, es amor incondicional en acción.

Raimon Samsó
Autor y Coach
www.raimonsamso.com






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