lunes, 31 de octubre de 2016

La falta de flexibilidad mental y la culpa: los cuchillos de tu salud mental


Si repasamos puntos recurrentes en los estados emocionales negativos, encontraremos que la falta de flexibilidad mental y la culpa aparecen de forma habitual en muchos de ellos. Incluso podríamos decir que, además de aparecer, son uno de los principales agentes que hacen que esos estados negativos se mantengan.
La falta de flexibilidad mental habla de la incapacidad para cambiar de opinión cuando todas las razones abogan por ello. También alude a la incapacidad de contemplar una situación desde diferentes puntos de vista. Así, estas personas se manejan en la realidad en base a unas premisas muy rígidas y con pocos matices.
Tienen patrones cognitivos tan estipulados y rígidos, que vivir cualquier suceso que rompa con sus expectativas supone una fuente de ansiedad.
El origen de la culpa está muy estudiado. Podría decirse que en determinadas sociedades de tradición judeo-cristiana la culpa ha calado en la forma de procesar los acontecimientos dolorosos. De hecho, si acudimos al génesis nos encontraremos a una Eva culpable por haber mordido aquella maldita manzana.
La culpa tiene su cara positiva en cuanto a que impone un ejercicio de reflexión y de reparación de un daño. Por otro lado, muestra su cara negativa cuando queda suspendida de nuestro cuello como un peso muerto, impidiéndonos avanzar y sirviendo de lugar envenenado de referencia. Además, cuando se presenta de forma generalizada y para todo, la culpa es un sentimiento totalmente destructivo: no es útil, no es sanador y no hay nada creativo que pueda inspirar.

La culpa y la inflexibilidad nos alejan del confort mental

Estos dos factores causan “rumiación“, un concepto dentro de la psicología que hace referencia a la incapacidad para dejar de pensar acerca de algo. La rumiación excesiva se ha asociado con trastornos psicóticos, con neuroticismo, con trastornos alimentarios y con muchos trastornos más.
Esta relación es lógica: si somos incapaces de ver distintos hechos desde distintos puntos de vista, si todas nuestras ideas preconcebidas no encajan con lo que estamos viviendo… vamos a pensar qué es lo que falla en nosotros. Y pensaremos mucho, pero para solucionar nada. Simplemente será un autocastigo mental infligido por nosotros mismos.
Si además de esto, debido a esta inflexibilidad, el medio en el que nos encontramos nos exige respuestas y nosotros creemos estar continuamente equivocándonos porque no son las ideas con las que partíamos en nuestra mente, nos vamos a sentir culpables. Con estos dos aspectos operando en nuestra mente, ésta va a adquirir una actividad “frenética, angustiosa e inútil”.


Cómo saber si la inflexibilidad y la culpa me “amargan la vida”

Para saber cómo de afilados son estos dos cuchillos en tu salud mental, lo mejor es que veamos un ejemplo:
Imaginemos una mujer que ha recibido suficiente información como para tener muy presente una profecía: en el caso de ser madre, sería generosamente recompensada por su círculo social. Además, su cerebro constantemente tiene que procesar un información: el nacimiento de su hijo será algo feliz e insustituible, carente de contradicciones y de momentos de duda.
Su esquema mental acerca de la maternidad será rígido, inflexible y utópico: la maternidad es bella porque es algo instintivo y lo sabré hacer bien porque es bello, instintivo y simplemente eso me hará feliz en todo momento. En su esquema, las dudas acerca de esta idea son inadmisibles y peligrosas para su bienestar.
Esta mujer, al experimentar el gran cambio que supone un embarazo, un parto y un postparto se puede sentir contrariada. Su embarazo ha estado lleno de molestias físicas, su ánimo no es tan alegre como esperaba y el parto y el postparto no le resultaron una experiencia gratificante. Entonces aparece una sensación de vacío existencial muy profunda que se enfrenta directamente a sus expectativas y a su esquema ingrávido.
Así, si su esquema no deja cabida a unas ideas que puedan aliviar la forma en la que se siente, tales como que los cambios hormonales ocurren, que el cansancio es agotador y que es normal sentirse algo “extraña”, ella evaluará todo esto de una sola forma: soy una mala madre por no sentir solo alegría y soy culpable por ello.
Esta persona solo podrá actuar de dos formasseguir autocastigándose por no sentir lo que debería, o por el contrario relajar su sistema de creencias para entender que la maternidad es una experiencia compleja pero no por ello deja de ser maravillosa. Que hay que albergar todos esos sentimientos de dolor y manejarlos porque forman parte al igual que la alegría del momento que está viviendo.
Para poder hacerlo, deberá combatir no a los sentimientos que creen que no deben estar en su cabeza, sino al sistema de creencias y la culpa que están impidiendo que los experimente de una forma sana y fluida.


Cómo combatir la inflexibilidad mental y la culpa

Hay varias maneras de combatir estos dos grandes enemigos de tu bienestar, desde distintos campos y de distintas formas, desde lo más teórico a lo más práctico. Veamos algunas de ellas:
  • Es momento de relajarte. Eso no quiere decir que te tumbes en la cama sin hacer nada durante horas. Tener la mente en calma es practicar la consciencia, descubre el Mindfulness y algunas lecturas, como las del autor Eckhart Tolle.
  • Practica lo aprendido. No es fácil empezar a practicar esta forma de relajación así que ayúdate en esto. Busca situaciones fáciles y agradablescomo dar un paseo, pintar o leer. Si comienzas haciéndolo en esos contextos, progresivamente lo podrás ir aplicando a otros, como estar en la oficina tramitando pedidos o impartiendo una clase delante de 20 niños.
  • Busca ayuda profesional. Es importante trabajar tus esquemas rígidos y erróneos. Un psicólogo de orientación cognitiva es un profesional especializado ayudarte a desmontar todo aquello que te está haciendo sufrir innecesariamente, además de estructurar y explotar aquellas ideas que tienes y que sí son sanadoras para ti. No es “un lavado de mente”, es una ayuda de la que tú mismo cogerás lo que quieras.
  • Revisa tus creencias. No podemos revisar nuestras creencias sin haber relajado algo de tensión anteriormente. Si ya te encuentras más calmado tienes que hacer revisión de creencias, es decir: repasar qué formas de pensar y de actuar preconcebidas te alejan de estar en armonía.
  • Haz cambios progresivos. Decir que vas a dejar de ser tan “cuadriculado” que vas a fluir un poco más y que vas a abrirte más a nuevas perspectivas de la vida es una actitud muy alentadora. Sin embargo, lo mejor es que la redirijas a hechos concretos.
  • Los resultados de tus interacciones serán siempre mejores que los fantasmas de tu mente. Si te equivocas, te sientes ansioso o confundido no temas. No hay nada de malo en hacerte preguntas y trabajar a nivel mental, todo lo contrario. Los cimientos que sean sólidos se quedarán, el resto se caerán y tendrás la oportunidad de construir otros más acertados y flexibles.
Así que atrévete y plántales cara a estos dos cuchillos de tu salud mental porque ella lo agradecerá. Si lo haces, podrás observar su reflejo en la forma que tienes de relacionarte con los demás. ¿No es una noticia estupenda?
Psicología/Cristina Roda Rivera
https://lamenteesmaravillosa.com

domingo, 30 de octubre de 2016

Las heridas más profundas no las hacen los cuchillos afilados



Las heridas más profundas no las hacen los cuchillos. Las hacen las palabras, las mentiras, las ausencias y las falsedades. Son heridas que no se ven en la piel, pero que duelen, que sangran, porque están hechas de lágrimas tristes, de esas que se derraman en privado y en callada amargura…
Quien ha sido herido navega durante un tiempo a la deriva. Más tarde, cuando el tiempo cose un poco esas fracturas, la persona se da cuenta de algo. Percibe que ha cambiado, aún se siente vulnerable, y a veces comete el peor error posible: crear una férrea barrera de autoprotección. En ella, clava la desconfianza, a instantes el filo de la rabia e incluso la alambrada del rencor. Mecanismos de defensa con los que evitar ser lastimados una vez más.
Ahora bien, nadie puede vivir eternamente a la defensiva. No podemos convertirnos en inquilinos de las bahías de nuestras soledades, en expatriados de la felicidad. Gestionar el sufrimiento es una labor descarnada y concienzuda, que como diría Jung, requiere reencontrarnos con nuestra propia sombra para recuperar la autoestima.
Propiciar de nuevo esa unión es algo que nadie podrá llevarlo a cabo por nosotros. Es un acto de delicada soledad que haremos casi a modo de iniciación. Solo quien logra enfrentarse al demonio de sus traumas con valentía y decisión consigue salir airoso de ese bosque de espinas envenenadas. Aunque eso sí, la persona que emerge de este escenario hostil ya no volverá a ser la misma.
Será más fuerte.


El bálsamo de la mente herida

El bálsamo del alma herida es el equilibrio. Es poder dar el paso hacia la aceptación para liberar todo lo que pesa, todo lo que duele. Es cambiar esa piel frágil y herida por una más dura y más hermosa que arrope ese corazón cansado de pasar frío. Ahora bien, hay que tener en cuenta que existen muchas raíces subterráneas que siguen alimentando la raíz del dolor. Ramificaciones que lejos de drenar la herida, la alimentan.
Odiar nuestra vulnerabilidad es, por ejemplo, uno de esos nutrientes. Hay quien la niega, quien reacciona frente a esta aparente debilidad. Vivimos en una sociedad que nos prohíbe ser vulnerables.
Sin embargo, un bálsamo para la mente herida es aceptar sus partes más frágiles, sabiéndonos heridos pero merecedores de encontrar la tranquilidad, la felicidad. Lo importante es querernos lo suficiente para aceptar esas partes rotas sin rencores. Sin convertirnos en renegados del afecto propio y ajeno.
Otra raíz que alimenta nuestra mente herida es la carcoma del resentimiento. Lo creamos o no esta emoción tiende a “intoxicar” nuestro cerebro hasta el punto de cambiar nuestros esquemas de pensamiento. El rencor prolongado cambia nuestra visión de la vida y de las personas. Nadie puede hallar bálsamo alguno en el interior de esta jaula personal.

Esas heridas profundas e invisibles habitarán para siempre en lo más hondo de nuestro ser. Sin embargo, tenemos dos opciones. La primera es ser cautivos del dolor eternamente. La segunda, es quitarnos la coraza para aceptar y sentir la propia vulnerabilidad. Solo así, llegará la fortaleza, el aprendizaje y ese paso liberador hacia el futuro.

Todos estamos un poco rotos, pero todos somos valientes

Todos arrastramos nuestras partes rotas. Nuestras piezas perdidas en esos rompecabezas que no llegaron a completarse. Una infancia traumática, una relación afectiva dolorosa, la pérdida de un ser querido… Día a día nos cruzamos los unos con los otros sin percibir esas heridas invisibles. Las batallas personales que cada uno ha librado perfilan lo que somos ahora. Hacerlo con valentía y dignidad, nos ennoblece. Nos hace ante nuestros ojos, criaturas mucho más hermosas.
Hemos de ser capaces de reencontrarnos. Los rincones quebrados de nuestro interior nos alejan por completo de ese esqueleto interno donde se sustentaba nuestra identidad. Nuestra valía, nuestro autoconcepto. Somos como almas difuminadas que no se reconocen al espejo o que se convencen a sí mismas de que ya no merecen amar o ser amadas de nuevo.


Claves para sanar las heridas con valentía

En japonés existe una expresión, “Arigato zaishö”, que se traduce literalmente como “gracias ilusión”. Sin embargo, durante mucho tiempo se le ha dado otra connotación realmente interesante dentro del crecimiento personal. Nos demuestra la sutil capacidad que tiene el ser humano de transformar el sufrimiento, los rencores y las amarguras en aprendizaje.
  • Abramos los ojos desde el interior, para ilusionarnos de nuevo. Porque centrarnos en la tortura que generan esas heridas nos aleja por completo de la oportunidad de adquirir conocimiento y perspicacia.
  • Para lograrlo, hemos de ser capaces de evitar que nuestros pensamientos se conviertan en ese martillo que, una y otra vez, golpea el mismo clavo. Poco a poco el agujero será más grande.
  • Frenar los pensamientos recurrentes de angustia, rencor o culpa es sin duda el primer paso. Asimismo, es conveniente también focalizar toda nuestra atención en el mañana.
  • Cuando nos encontramos en esa habitación oscura donde solo nos acompaña la amargura y el rencor, las perspectivas de un futuro se apagan, no existen. Hemos de acostumbrarnos poco a poco a luz. A la claridad del día, a generar nuevas ilusiones, nuevos proyectos.
Es posible que a lo largo de la vida nos hayan “enterrado” con el velo del dolor que generan esas heridas invisibles. No obstante, recuerda, somos semillas. Somos capaces de germinar aún en las situaciones más adversas para decir en voz alta “Arigato zaishö”.
Psicología/Valeria Sabater
https://lamenteesmaravillosa.com

viernes, 28 de octubre de 2016

Me caí del mundo y quiero subir de nuevo


Son muy pocas las personas que no han experimentado esa sensación que podría definirse como: caer del mundo. Se trata de una sensación similar al abandono o al ostracismo, una condición en la cual nos sentimos desorientados, mientras nos invade una profunda duda sobre el siguiente paso a seguir. Se trata de una mezcla de perplejidad y desánimo o sensación de falta de fortaleza.
Sucede generalmente después de las grandes pérdidas o de las grandes rupturas, o sea, después de alguna crisis muy aguda en la vida. Esa sensación de no estar en el mundo sobreviene como parte de un duelo no resuelto, pero también se puede agravar y convertir en un estado riesgoso que conduce a una fuerte depresión o a algún trastorno más severo. Por eso, nunca se debe tomar a la ligera.
“En esta vida hay que morir varias veces para después renacer. Y las crisis, aunque atemorizan, nos sirven para cancelar una época e inaugurar otra.”
                                                                        Eugenio Trías

Tras un proceso de asimilación, que tiene una duración variable, también llega el momento en que uno quiere entrar de nuevo al mundo, por así decirlo. El problema es que a veces no sabemos cómo hacerlo.

A veces, es como si cayeras del mundo

Las situaciones que suscitan esa sensación de caída del mundo suelen estar relacionadas con la pérdida de algo o alguien muy importante para uno. Un ejemplo clásico es el de la pérdida del trabajo, especialmente si no hay buenas perspectivas para conseguir otro que sea equivalente o que llene ese vacío.

Esa pérdida puede ser el comienzo de un gran malestar, en el que probablemente una persona pase por fases de enojo, de angustia y hasta de desesperación. Si no se resuelve la situación adecuadamente, comienza a ganar terreno la inseguridad y el pesimismo. Y cuando menos te das cuenta, puedes desarrollar conductas autodestructivas.
Igual ocurre frente a una ruptura amorosa o a la muerte de alguien a quien amas mucho. La sensación es muy similar. Te sientes por fuera del mundo porque, efectivamente, tu mundo tal y como era, ya no existe. Y si tu mundo no existe, es como si no tuvieras un lugar para ti en ninguna parte.

El marasmo de estar ahí, sin estar

Los duelos o las crisis no resueltas llevan a un cierto enajenamiento. Hay mecanismos inconscientes que te llevan a sentirte culpable. En el fondo, todos tenemos cierta idea de que cuando nos ocurren hechos negativos es porque hicimos algo mal o algo malo.






Estas situaciones también pueden llevarnos a percibir que somos mucho más frágiles de lo que realmente somos. No es raro que en esos casos disminuya un poco, o bastante, la confianza en nosotros mismos. Corremos entonces el riesgo de formarnos una idea equivocada de lo que somos capaces o no somos capaces de hacer.
La “caída del mundo” es un marasmo. Una situación de perplejidad en la que no queremos permanecer, pero de la que tampoco sabemos cómo salir. Ya el mundo no es, ni volverá a ser, lo que era antes. ¿Cómo lograr inventarnos una nueva vida, a veces de la nada, para poder seguir adelante?

Inventar nuevos caminos en el mundo

Nada tiene sentido en el mundo por sí solo. Un árbol es un árbol y eres tú quien decide si lo ves como un obstáculo, como un amparo o como algo que te maravilla y te atrae. Lo mismo ocurre con las situaciones más abstractas, con las vivencias y con las personas. Eres tú quien les otorga el sentido que tienen o dejan de tener.
A veces tenemos que partir de cero para seguir viviendo. Es una situación atemorizante, pero también puede ser una gran oportunidad para construir y otorgar nuevos significados a todo lo que compone un nuevo mundo. Puedes llenarlo de inseguridad, culpas y temores, pero también puedes, paso a paso, convertirlo en una realidad que está a un nivel superior de la que le precedía.

¿Cómo subirte de nuevo al mundo, después de que te has caído? Como se hace todo lo valioso que tiene la vida: con humildad, perseverancia y empeño. Confía en ti. Confía en tu capacidad para levantarte y seguir adelante. Si estás aquí y estás leyendo esto es porque estás buscando. Y si buscas, vas a encontrar.
Deja que hable tu corazón, no tus miedos ni tus condicionamientos. Escucha el rumor de lo más genuino que hay dentro de ti. Levántate y anda. Ve detrás de aquello que deseas. Recuerda que un viejo adagio dice: “Quien sabe el qué, encontrará el cómo”.
Edith Sánchez
https://lamenteesmaravillosa.com
Imágenes cortesía de Manannán mac Lir, Sprite by the river

miércoles, 26 de octubre de 2016

Los septenios: la biografía humana desde un punto de vista espiritual


En una biografía, el desarrollo de los septenios guarda estrecha relación con la transformación de los cuerpos constitutivos del hombre. De esta manera, estas transformaciones darán origen a las sucesivas etapas biográficas o septenios. Recordemos que la Antroposofía es una cosmovisión del hombre, la cual nos permite conocer cada uno de los cuerpos que lo conforman. Estos cuerpos son:

Ø Cuerpo físico, es lo que visible y conocido.
Ø Cuerpo etérico o vital, impregna el cuerpo físico y le da vida.
Ø Cuerpo astral o cuerpo de sensaciones, que permite que el hombre sienta.
Ø Yo o individualidad, aquello que nos hace inéditos y distintos a todos.

Sobre estos cuatro cuerpos se desarrollan los septenios o la biografía humana.

Clasificación de los septenios

Básicamente, podemos hacer una triestructuración:
Septenios del cuerpo: Del nacimiento hasta los 21 años
Septenios del alma: Desde los 21 años hasta los 42 años
Septenios del espíritu: Desde los 42 años hasta los 63 años

Las posibles clasificaciones de las distintas edades de la vida son muchas: en decenios, en septenios; la diferencia radica que, en la Antroposofía, estos tiempos no están dados arbitrariamente. El tiempo, que demoran los miembros esenciales en hacer su metamorfosis, es lo que determina esta clasificación en septenios. Aproximadamente, cada siete años se produce la transformación de cada uno de los cuerpos que componen al hombre. Así como los chinos dicen: “Aprender, luchar y ser sabio”; en Antroposofía, se habla de:

Ø maduración física,
Ø maduración anímica y
Ø maduración espiritual.

Esto quiere decir que se emplean veintiún años en consolidar la estructura del cuerpo físico. Los primeros tres septenios se llaman septenios del cuerpo, durante los cuales se producen la mayor cantidad de cambios y dan la fisonomía correspondiente a esta etapa. Desde la perspectiva de la organización del cuerpo, del crecimiento de los órganos, hasta los veintiún años, podemos decir que:

Primer Septenio - Desde el nacimiento a 7 años - Cuerpo Físico
Septenios del Cuerpo - Segundo Septenio - Desde 7 años hasta 14 años - Cuerpo Etérico
Tercer Septenio - Desde 14 años hasta 21 años - Cuerpo Astral

Alrededor de esta edad, el cuerpo deja ya de crecer y comienza una transformación de lo que llamamos el alma, el mundo interior. A los 21 años, se produce el nacimiento del Yo y el cuerpo astral es donde se expresa el Yo. Un niño recién nacido no tiene conciencia, tiene conciencia cósmica. El Yo no está totalmente presente; a medida que el niño crece, el Yo se acerca cada vez más. El septenio central, que transcurre entre los 28 y los 35 años, es el período donde el Yo está más cerca de la organización física, período denominado alma racional. Aquí, el Yo se refleja con mayor fuerza en la personalidad. La persona privilegia el pensamiento y trae, también, el reflejo de la individualidad; puede ser el momento de mayor orgullo, de máxima ambición y soberbia. En el septenio de la maduración física, desde el nacimiento a los 21 años, el individuo conoce o empieza a conocer la vida; en el septenio de la maduración anímica, de 21 a 42 años, el individuo acepta la vida y, en el tercer ciclo, el septenio de la maduración espiritual, de 42 a 63 años, recapitula sobre lo vivido. Teóricamente, esto es lo que va sucediendo, cuando no hay alteraciones en los procesos.

Septenios del Cuerpo.



Primer septenio, desde el nacimiento hasta los 7 años.

Cuando es concebido, el hombre como embrión, aún no está organizado, no está constituido por los cuatro cuerpos. En el seno materno, ya es físicamente visible; esto es posible gracias a la ecografía. La madre aporta vitalidad y, a medida que se alimenta, forma sustancia viviente. Esto es un milagro, nadie puede hacerlo como quiere y, así, decimos que la vida no es nuestra sino que recibimos vida. Tanto el embrión como el niño recién nacido no tienen conciencia; el recién nacido no sabe quién es. En el nacimiento, el hombre no sólo es muy parecido a un animalito sino que es mucho más débil que cualquiera de los animales de la creación. 

Los estudios nos muestran que, desde el momento del nacimiento hasta la manifestación del Yo, el hombre podría funcionar como un animal porque posee sólo tres cuerpos: cuerpo físico, cuerpo etérico y cuerpo astral. Físicamente, el Yo demora más o menos un año en manifestarse. El hombre sostiene su cabeza a los tres meses; se sienta, a los seis meses; se pone de pie, a los nueve meses y camina, a los doce meses; ésta es la influencia del Yo. Poder caminar significa que la columna vertebral del hombre se yergue como consecuencia de la acción del Yo. Merced a su propio Yo, el hombre puede erguirse y comenzar el trabajo de sostenerse. Como hemos visto, los cuerpos constitutivos del ser humano no están totalmente formados ni están todos presentes en el momento del nacimiento. 

Así, describimos la vida de siete en siete años, ya que éste es el tiempo que necesitan los cuerpos para madurar. Por lo tanto, cada siete años se producen crisis que generan cambios importantes. Nuestro primer planteo es determinar qué pasó en los tres primeros septenios y cómo ellos se reflejarán en el resto de nuestras vidas. 

Las experiencias por las que atraviesa un ser humano en las primeras etapas de su vida se reflejarán en los últimos años de la misma. Lo importante de este planteamiento es descubrir los procesos de enfermedad o las situaciones problemáticas que surgen, determinar cuáles son sus raíces y tratar de analizar estas cuestiones desde otros puntos de vista, más allá de un enfoque estrictamente psicológico. 

Después de nueve meses de embarazo, el niño no está totalmente formado; son necesarios, aproximadamente, treinta y tres meses para hablar de una evolución mínima completa. En ese tiempo culmina la formación del sistema nervioso. Todo lo que es normal para un niño antes de los dos años resulta patológico en el adulto: sus reflejos, la circulación sanguínea; todo esto necesita una transformación. En los primeros siete años, el niño conforma y consolida su cuerpo físico; a partir de ahora, su cuerpo físico está completo. Éste es, además, el septenio durante el cual aparecen las enfermedades infantiles. El niño, al nacer, trae el cuerpo vital de la madre, al cual quemará con las altas temperaturas de las enfermedades infantiles. La fiebre que se manifiesta, en estos primeros años de vida, no tiene nada que ver con la fiebre que se desarrolla en los otros períodos de la vida. Las enfermedades infantiles tienen el propósito de que el niño desarrolle su propio cuerpo vital, a partir de los siete años, abandonando el cuerpo vital donado por su madre. Esto es el principio de su proceso de individualización. Por lo tanto, es importante no interrumpir estas enfermedades cuando aparecen. 

Entonces, a los siete años se produce una transformación muy importante: el niño ha completado la formación de sus órganos; la formación de su cuerpo. A partir de ahora, las fuerzas que estaban dedicadas al crecimiento se liberan, transformándose en fuerzas del pensamiento; es decir, las fuerzas vitales que ayudaron al crecimiento formarán la conciencia del niño y, desde este momento, podrá pensar. Por esta razón, es muy importante no interrumpir la evolución física del niño aplicando estas fuerzas del crecimiento al pensar.


Segundo septenio, desde los 7 a los 14 años.

Desde los siete a los catorce años, se desarrolla el septenio del cuerpo vital. Este nuevo nacimiento, invisible para nosotros, está señalado por dos hechos fundamentales:

Ø se completa el proceso de cambio de dientes.
Ø el sistema nervioso ya está conformado.

A partir de los siete años, el niño está más despierto al mundo, ya ha desarrollado su capacidad de aprendizaje y, así, podrá iniciar su vida escolar. Esto es posible porque las fuerzas formadoras del cuerpo vital o cuerpo etérico se liberan de la tarea de configurar órganos y sistemas, correspondientes al cuerpo físico, y se transforman en fuerzas de pensamiento. El cuerpo vital es la base del temperamento, razón por la cual el segundo septenio se caracteriza, también, por la manifestación de los temperamentos. Son cuatro los temperamentos, a saber:

Ø temperamento melancólico, con preponderancia del cuerpo físico, se expresa en el predominio de los órganos de los sentidos, tendiendo a los sabores ácidos.
Ø temperamento flemático, con preponderancia del cuerpo etérico, se expresa en el predominio del sistema glandular, tendiendo a los sabores salados.
Ø temperamento sanguíneo, con preponderancia del cuerpo astral, se expresa en el predominio del sistema nervioso, tendiendo a los sabores dulces.
Ø temperamento colérico, con preponderancia del Yo, se expresa en el predominio del sistema sanguíneo, tendiendo a los sabores amargos.

El temperamento es una cuestión de destino; es decir, el hombre, a lo largo de su biografía, deberá trabajar su temperamento. Cada ser humano tiene, en su interior, los cuatro temperamentos, predominando, en él, uno de ellos. En el suceder de la vida y con el trabajo del Yo, debiera lograrse la armonía de los cuatro temperamentos. 
Durante el desarrollo de este septenio, el niño tiene la posibilidad de adquirir hábitos, no sólo los hábitos de comer, dormir, sino también hábitos de conducta, como: no criticar, respetar a los otros, saber perdonar. Por lo tanto, la labor de los educadores, no sólo la de los maestros sino también la de los padres, adquiere fundamental importancia.

Tercer septenio, desde los 14 a los 21 años.

A los catorce años ha terminado la escolaridad primaria y se prepara para ingresar en uno de los septenios más dramáticos que tendrá que vivir: el tercer septenio, que transcurre entre los catorce y los veintiún años. A partir de los catorce años, aparecen las formas corporales características y determinantes de ambos sexos: la menstruación, en las niñas; la aparición del vello; el cambio de voz, en los varones. Algunos hablan de bisexualidad otros de asexualidad; se diría que los sexos se confunden, estableciéndose amistades muy profundas e íntimas entres seres del mismo sexo. Es una etapa durante la cual no hay una clara discriminación sexual. En el embrión, hasta los dos meses de gestación, están los esbozos genitales del hombre y de la mujer; luego, uno de los sexos se atrofia, desarrollándose el restante. Por lo tanto, venimos de un mundo espiritual en el cual no hay diferenciación sexual. Lo sexual aparece después, en el plano físico. Las fuerzas espirituales son las que promueven el funcionamiento glandular con la secreción hormonal, determinando que ese ser, que ha encarnado, sea hombre o mujer. Por consiguiente, un ser humano, por el hecho de ser mujer, segregará hormonas femeninas y su condición femenina guarda una estrecha relación con las experiencias a desarrollar en su vida terrenal. El código genético es el resultado del plan que se trae del mundo espiritual, tiene relación con el Yo, con la individualidad, y no con el cuerpo físico. Es el resultado del destino del ser. 

Durante este septenio tan difícil, se desarrolla el cuerpo astral o cuerpo de sensaciones; es decir, el ser humano comienza a tener nuevos sentimientos y sensaciones. Básicamente, comienza el aprendizaje para quererse o para distinguirse a sí mismo. El joven se encuentra inmerso en un mar de sensaciones y, así, frente al mundo, actuará según su gusto o disgusto; es decir, aparecen las polaridades. El joven de esta edad vive el deseo. A partir de los veintiún años, esta situación se modifica porque nos acercamos al nacimiento del Yo.

Septenios del Alma

Desde los 21 hasta los 42 años

A partir de los veintiún años, nos acercamos al nacimiento del Yo. Todo este proceso conduce a separar al joven de la madre. A través de las distintas etapas de la vida del niño, la madre lo siente de diferente manera. La madre percibe al niño y ese estar percibiéndolo es una conexión vital. A los siete años, cuando nace el cuerpo vital del niño, la madre va desconectándose un poco del niño, proceso necesario para su desarrollo y crecimiento. A los catorce años, surge el cuerpo anímico del niño y, a partir de este momento, la madre percibe a su hijo de una manera diferente; hasta puede dudar de si ese ser es verdaderamente su hijo. Esta sensación se acrecienta al llegar a los veintiún años, cuando la madre puede sentir que desconoce totalmente al joven que tiene a su lado. Cuando la madre dice conocer mucho a su hijo; en realidad, sólo conoce al embrión de ese ser, conoce los pasos previos necesarios para que ese ser llegue a ser la individualidad que ahora es con sus veintiún años. A partir de este momento, podremos observar quién es en verdad la persona que comienza a manifestarse, un personaje que la madre aún no conoce. Los padres, como constituyentes del medio que rodea al niño, influyen pero no pueden conocer los impulsos que recién aparecen a los veintiún años. Esto es lo nuevo para cada uno de ellos. 

Alrededor de los veintiún años, muchos jóvenes sufren crisis violentas relativas a su propia identidad. Muchos jóvenes sienten que deben liberarse de las imágenes fuertes de su padre o su madre, para lo cual abandonan la casa paterna. En este septenio, la mayoría de las personas inicia su carrera profesional, iniciando una etapa de experimentación, una etapa en la cual se adquieren experiencias de vida. Es una etapa de gran creatividad, de una gran satisfacción por vivir y probar todo aquello que fue aprendido, especialmente, en la fase anterior. El joven está “abierto” hacia su entorno, sus capacidades todavía son ilimitadas y, por lo tanto, todo es posible para él. El desafío que debe enfrentar el joven, en esta etapa de su vida, es tratar de alcanzar el equilibrio interno, su seguridad interna, independientemente del medio que lo rodea. 

Estos son los tres septenios centrales de la Biografía Humana, aquellos que corresponden a la conformación del alma. Pueden ser descritos como los septenios de la vida anímica ya que, desde los veintiún años, el Yo se hace presente plenamente en la vida de nuestras sensaciones. El alma es nuestro mundo interno al cual sólo nosotros tenemos acceso. Existen tres niveles en la conformación del alma que llamaremos

Alma sensible, se desarrolla entre los veintiún y los veintiocho años;
Alma racional, se desarrolla entre los veintiocho y los treinta y cinco años;
Alma consciente, se desarrolla entre los treinta y cinco y los cuarenta y dos años.

Durante el septenio del alma sensible el ser humano comenzará a controlar su vida anímica; es el momento del autodominio. Aquellos juicios impregnados de simpatía o antipatía son tomados con mayor seguridad. El Yo aún no se constituyó en el centro del alma, pero el individuo quiere saber cómo son realmente las cosas, quiere aprender a conocer la vida y el mundo. Busca con empeño una posición en la vida, afirmarse en su trabajo o en su profesión, compartir sus días con alguien y, también, formar una familia. El joven percibe en sí una gran creatividad y satisfacción de vivir. 

El septenio del alma racional es el centro de la biografía y durante el cual el pensar actúa de manera más intensa. Lentamente, el Yo se emancipa del alma, ha disminuido la violencia de los deseos y de los impulsos. Por lo general, el individuo se torna escéptico y le es muy difícil acceder a un pensar que no sea científico – racional. Modifica su relación con los otros, ya que terminada la juventud la vida se torna más seria. 

Durante el septenio del alma consciente se desarrolla la autoconfianza, lo cual demanda un trabajo de la voluntad. Con este septenio culmina el proceso de maduración del alma humana. A partir de este momento, el individuo siente la exigencia de ser él mismo; no es ya el simple hecho de hacer y lograr lo correcto sino de hacer y lograr aquello que tenga valor. En el plano físico suele producirse una disminución de la vitalidad y de la capacidad de trabajo; inconvenientes que pueden superarse con el aumento de la autoexigencia, lo cual tendrá un costo en el futuro. Es una etapa en la cual aparece frecuentemente la sensación de vacío; vacío que predispone al encuentro consigo mismo. Es un período de aceptación de sí mismo y de los otros, constituyendo un verdadero ejercicio para lograr la autoconfianza.

Septenios del Espíritu.

De los 42 a los 63 años. 

Existen cinco cualidades que se manifiestan en una evolución sana de un proceso biográfico de madurez, ancianidad y muerte. 
Estas son: unicidad, desapego, amor al prójimo, agradecimiento y perdón. La sensación de unicidad ocupa el centro del alma del hombre y de allí se desprenden las otras cuatro características. 
La idea de que la unicidad ocupa el centro del alma ha surgido al observar que, cuando la persona llega a experimentarla, las otras cualidades pueden ser alcanzadas sin dificultad. Ocupar el centro significa que la persona se siente ubicada allí reiteradamente y hace de esto un aspecto central de su vida. Al hablar de la sensación de unicidad nos referimos a esa especial sensación de unidad con el Todo. 

Pero, ¿qué es el Todo? En realidad, no hay conceptos que puedan definirlo, ya que en el caso de lograrlo, lo definido dejaría de serlo; simplemente, el Todo Es. Las personas, que han hecho abandono de su cuerpo físico en una situación de extremo riesgo, como un accidente o una operación quirúrgica, describen la sensación de unicidad como la sensación de no poseer un cuerpo y, a la vez, de sentirse parte del Universo. El cuerpo es el Cosmos mismo y la sensación de unicidad se manifiesta con la esencia de las cosas y no con las cosas en sí. Las cosas del mundo físico se vivencian como una consolidación material de aquella esencia. Sin embargo, no es una fusión cósmica con pérdida de conciencia; siempre existe la conciencia de sí mismo participando y gozando de esta experiencia inédita. Cuando la experiencia cesa y se retorna al cuerpo, por lo general, se duda de lo vivido, ya que el imperio de los sentidos y nuestro condicionamiento cultural no dejan resquicios para experiencias suprasensibles. Pero lo más valioso de estas experiencias es el cambio de vida de quienes las han vivido y su necesidad de conocimiento acerca de los mundos espirituales. 

Existe otra forma de acercarse a esta sensación de unicidad y es la que verdaderamente interesa en todo proceso biográfico. No se manifiesta bruscamente y no posee ni la fuerza ni la intensidad de las experiencias relatadas por las personas que atravesaron por dichas situaciones de extremo riesgo. Es un proceso que se instala lentamente, a partir de la cuarta década de la vida, debiendo ser cultivado cuidadosamente. En este caso, si la persona abre sus sentidos a esta nueva sensación de unicidad, decidiéndose a profundizarla conscientemente, se habrá iniciado el verdadero camino del principiante que aspira a la fraternidad y unidad en el camino espiritual. 
Para este proceso son de gran ayuda la meditación diaria y la observación constante de sí mismo. 
De esta manera, es posible romper con la esclavitud de la conciencia de vigilia y apreciar la causalidad. Al tomar conciencia de esta causalidad, que obra en nuestra existencia, nos preparamos para abordar el concepto de karma. 
Sólo así, la vida adquiere sentido como escuela y cada tropiezo será bienvenido por el mensaje que encierra. 
Todo hecho deberá relacionarse con la causalidad y el orden universal y, así, la persona logrará instalarse, poco a poco, en la sensación de unicidad emergente. 
Más aún, todo conocimiento adquirido debe apuntar a la unión con el Todo y aquel conocimiento antiguo deberá ser reformulado en relación con la Totalidad. 
Cuando este estado de unicidad ocupa el centro del alma se percibe una agradable sensación de paz y un germinar de sentimientos serenos de amor y fraternidad universal. Estas sensaciones de unidad y de paz interior suelen despertar el desapego.

¿Qué es el desapego? Es un cambio de valores. Es la transformación de valores materiales en valores espirituales. Es un valor que está en el centro, equidistando entre la posesión y la indiferencia. 
El verdadero despego produce una sensación de paz y esta misma sensación lo incentiva. La actitud de desapego estimula en la persona la alegría de descubrir que necesita cada vez menos para estar cada vez mejor. 
Desapegarse no significa no tener, significa no depender de lo que se tiene. 
Los valores materiales susceptibles de ser trabajados internamente como actitud de desapego abarcan todos los objetos físicos que nos rodean, desde los más insignificantes hasta los más grandes. Mucho más difíciles de ser abandonados son los valores anímicos, porque son más sutiles y están menos expuestos al campo iluminado de nuestra conciencia; por ejemplo, los roles que ejercemos diariamente, el prestigio alcanzado o el manejo del poder. 
Las razones espirituales del desapego son casi obvias: la conciencia superior sabe de lo efímero de la existencia física; basta elevarse a otro nivel de conciencia para que el desapego del mundo físico se constituya en un hecho lógico y necesario. 

Desde el punto de vista de la conciencia de vigilia u objetiva, hay un solo acontecimiento en la vida que no resiste la menor objeción por parte de la razón, esto es la muerte del cuerpo físico. Es muy comprensible, entonces, que a partir de la segunda mitad de la vida esta tremenda verdad humana cobre fuerza inconscientemente en el alma.

Todo desapego del mundo de los sentidos, antes de enfrentar la muerte física, facilitará enormemente el tránsito hacia el otro plano de conciencia y permitirá, en futuras encarnaciones, disfrutar serenamente del proceso tan temido.

La sensación de unicidad y la actitud de desapego confluyen en un sentimiento muy elevado: el amor al prójimo. 
El amor al prójimo se cultiva y crece. Es un largo camino que parte del egoísmo para llegar al altruismo, al otro. Desde un punto de vista es un proceso que, por un lado, recibe aportes de la unicidad y del desapego y, por otro lado, del agradecimiento y del perdón. Es una sensación que se instala en nuestro Ser y se manifiesta como sensibilidad ante la necesidad ajena. Cuando esta sensibilidad se expande en el alma, se expresa en el mundo como acto de generosidad. La sensación de amor al prójimo siempre despierta un sentimiento de sana alegría, un verdadero bálsamo anímico-espiritual. 

¿Y qué podemos decir del agradecimiento y del perdón? El agradecimiento es una sensación muy poco cultivada en el alma humana. El agradecimiento nace de los hechos más insignificantes, como respirar, caminar conscientemente, oír el canto de un pájaro, presenciar una puesta de sol, recostarse sobre el tronco de un árbol o acariciar a un animalito. Todo esto despierta un sentimiento de amor y fraternidad universal que incentiva el amor al prójimo, pudiendo trascenderse lo humano para llegar a lo divino. 

El perdón provoca una sensación de benevolencia. Si analizamos el vocablo en detalle nos encontramos que la palabra perdón se compone de una preposición inseparable: per, que refuerza su significado y de un verbo que tiene una profunda significación en sí mismo como acción de desprendimiento y entrega, donar. Sin embargo, en el mismo vocablo permanece en silencio otro significado el de don. El sentido de la donación es el de la dádiva u ofrenda, como así también es una cualidad del ser humano. 
Por lo tanto, el perdón es una verdadera cualidad del hombre que le permite desprenderse tanto de objetos materiales como del orgullo personal; desapego, para ofrecer una dádiva; amor al prójimo, que estimula en el espíritu la sensación de agradecimiento que lo une con el Todo, unicidad. 
Aquí hablamos del perdón como una actitud del alma en relación con el mundo; una actitud libre que, en cada momento, podemos elegir asumir o rechazar. 
La actitud interior de perdonar encierra un doble aspecto: anímico y espiritual. En el aspecto anímico produce un alivio y una liberación, es un desprenderse de algo que a su vez nos mantenía atrapados y esclavizados. 
Nos desprendemos de sentimientos tales como odio, humillación, dolor. 

En el aspecto espiritual, el trabajo consciente del perdón nos abre las puertas del aprendizaje, nos torna flexibles y compresivos con respecto a la naturaleza humana. 
Es un excelente instrumento para cincelar aspectos oscuros del alma y nos abre el camino a la indulgencia y la compasión. La compasión se apoya en la humildad y es el profundo sentimiento de amor hacia el semejante, sin guardar relación con el sentimiento de lástima.
Saber que el otro es nuestro espejo, que los mismos errores que hoy criticamos fueron nuestras equivocaciones ayer, que en nuestro corazón y en el de nuestros semejantes brilla la misma luz, es suficiente para que se agigante el sentimiento de unicidad y amor al prójimo. 

Por estos motivos, los tres septenios de Espíritu constituyen, en cada encarnación, la oportunidad de que el Yo evolucione un poco más para acercarse a sus verdaderas metas espirituales.

Antroposofía. Septenios: la biografía humana