lunes, 18 de abril de 2016

Meditación y armonía interior

Encontrar nuestro centro. Ésa es la cuestión.

En mayor o menor grado, al no lograr ser totalmente dueños de nosotros mismos, todos estamos desintegrados o, lo que es más grave, tironeados por una infinidad de tendencias opuestas y contradictorias que nos hacen perder la conexión con nuestro verdadero ser interior. Los conflictos que cada uno lleva dentro suyo, nos hacen sentir frustrados, tensos, desamparados. Dichos sentimientos generan inseguridad, confusión, temores. Ellos nos quitan energía; las fuertes presiones internas dividen a nuestro ser en pedazos que se tornan cada vez más difíciles de recomponer…


Un ejemplo vivo de conflicto interno es la neurosis, un tema de nuestro tiempo que pocas personas son conscientes de padecer. Por lo general, “esos” son males que le llegan a los otros y no a nosotros. Ante la imposibilidad de “ver” en su interior, de detectar en sí mismos este tipo de males y la incapacidad de asumir que su verdadera visión se encuentra bloqueada por fuerzas inconscientes, el ser humano recurre a artificios de todo tipo para reconquistar la armonía perdida. Aquí entran en juego los psicofármacos, ilusorios donantes de una paz momentánea. La vida de la persona se torna penosa: pierde su capacidad de disfrute y comienza a girar en un movimiento circular del que difícilmente logra salir. La sensación de soledad en compañía la asalta a cada instante, la chispa de vida interior se extingue de a poco y el cuerpo va sintiendo las consecuencias en cada vuelta de rueda.

Sólo el desarrollo de la consciencia en forma completa, puede llevar por el camino correcto.

La práctica de la meditación permite alcanzar el equilibrio de todas las partes a través de la búsqueda interior consciente. En un principio puede resultar difícil integrar la mente con el alma para hacer de la vida algo equilibrado, beneficioso. Pero con la práctica se va logrando una mayor concentración y serenidad que llevan a la resolución de los conflictos internos. Con cada paso que se avanza, la integración es más notoria. De a poco, la práctica de técnicas de respiración o introspección, se vuelve tan necesaria todos los días como el dormir o el respirar.

Naturalmente, los occidentales vivimos en un medio que muchas veces no nos permite enfocar fácilmente los cambios en este sentido; pero aún así, nadie ignora que existe el libre albedrío: cada uno de nosotros tiene la posibilidad de elegir elevar o bajar los brazos. Si nuestra elección es la de elevar la consciencia, comprobaremos que desde allá arriba la visión de nuestros problemas cambia completamente. El impulso de continuar en el camino del crecimiento espiritual es tanto más fuerte, cuanto que se logra una mayor profundización de la meditación. Y de pronto, el centro tan buscado, aparece sin que nos demos cuenta.

El hecho de haber llegado a la primera meta y el comienzo de la siguiente etapa (la continuidad en la práctica), son los puntos más complejos.
Muchos de los que encaran la práctica de la meditación como algo positivo, se sienten impulsados a seguir creciendo, buscando la armonía en forma permanente. Otros en cambio, llegan hasta aquí, creen que ya han andado todo el camino y tienden a abandonarlo (Suelen pensar internamente que ya “llegaron”). Sin embargo es justamente donde uno más tiene que mirar hacia adelante y decidir qué desea hacer con lo aprendido: un recurso último en caso de necesidad o una forma de vida.


La meditación como forma de vida, nos permite alcanzar una vida plena, feliz, desarrollando un enorme mundo interior, alejándonos de nuestros temores, preocupaciones y motivos de tensión. Nos permite comprender que los sucesos externos no son más que hechos aislados y que no hacen a la esencia de nuestra vida. Es una herramienta de nuestra mente para calmar a nuestro cuerpo y comunicarse con nuestra alma, que forma parte de un Universo infinito, donde reina la paz.

Vale la pena el esfuerzo de subir la escalera del mundo interior para ver nuestros problemas desde las alturas de nuestra visión superior. Tal vez, una vez que comencemos a mirar hacia arriba ni siquiera recordemos lo que nos preocupaba tanto.

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